VIDA DE UN RELIGIOSO ILUSTRE, HIJO DE VILLARRUBIA DE LOS OJOS

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La inquietud y el entusiasmo que despierta en nosotros saber algo de nuestros antepasados nos lleva a bucear en las fuentes que tenemos a nuestro alcance, tirando del hilo conductor de aquel rayo de luz que asoma, para descubrir los brillantes matices de virtudes de algun hijo ilustre de nuestro pueblo.

Traigo a estas páginas, una breve semblanza de un hijo natural de Villarrubia de los Ojos, que para la inmensa mayoría de nosotros, sus paisanos, a lo largo de los años, ha pasado desapercibido. Se trata de Gregorio Nacianceno.

El siguiente relato está basado en apuntes sacados de las obras escritas por dos autores, hermanos suyos de religión que convivieron con él, que fueron Matías del Niño Jesús y Francisco de Santa María, que dejaron testimonio de ello escribiendo: Vida y Obras de San Juan de la Cruz y Reforma de los Descalzos de Nuestra Señora del Carmen, respectivamente.

Biografía: Nació en Villarrubia de los Ojos, el año 1548, en el seno de una familia cristiana, y caritativa con los pobres «aunque no eran ricos» -dice Francisco de Santa María-. Su madre, estando embarazada de él soñaba que sería varón y le llamaría Gregorio y que habría de ser muy acepto al Señor. Y así fue. Tuvo una infancia madura con unas costumbres virtuosas que eran la admiración de las personas que le rodeaban. Era el segundo de cuatro hermanos. Pronto quedó huérfano de padre y madre. Quiso ser religioso y con la venia de sus hermanas mayores decidió irse a estudiar a Alcalá de Henares, donde tomó los estudios con tanto recogimiento que cuando volvía al pueblo en las vacaciones, se retiraba del bullicio de la gente a la Ermita de la Virgen de la Vega, y en compañía de un Ermitaño Sacerdote empleaba bien su vida en ejercicios devotos.

Realizó sus estudios con brillantez y fue ordenado sacerdote el año 1573. Volvió a Villarrubia y durante dos años desempeñó aquí su ministerio con gran devoción, dando gracias a su hermana mayor que la tenía como madre, a la que estaba tan sujeto que nada hacía sin su consentimiento. Esta sujeción y el desamparo de las otras hermanas le detuvieron para que no tomase el hábito de Santo Domingo que ya lo tenía concertado, ni el de los Comendadores de San Juan que lo deseaban mucho. Pero una de las hermanas, en aquel tiempo, ingresó en el Convento de Carmelitas Descalzas de Malagón, donde había tomado el hábito con el nombre de Catalina de san Cirilo. Su buen nombre y su fama llegaron allí, y en una de las visitas que Santa Teresa hizo al Convento, camino para la fundación de otro en Beas del Segura, las monjas hicieron que fuera allí y viera a la Madre Teresa. La clara inteligencia de la Santa desde el primer momento comprendió la utilidad que reportaría a la reforma del Carmelo el ingreso de este varón tan docto y prudente. La Madre Teresa le propuso varias veces tomara el hábito, asegurándole de parte del Señor que estaba destinado a ser Carmelita Descalzo, y no para otras órdenes religiosas como se inclinaba. Concertó con ella se llevase a su hermana menor a Beas para darle el hábito, y quiso acompañarlas, y tales cosas le dijo la Santa por el camino que al fin lo convenció.

Salieron de Malagón en los primeros días de Febrero, por unos caminos tortuosos y malos, pasando primero por Almodóvar del Campo, después por Daimiel y Manzanares hasta que llegaron a Beas del Segura, donde quedó fundado el Convento el día 24 de febrero de 1575. Allí ingresó su hermana Lucía como Novicia, y tomaron el hábito los dos hermanos de manos de Santa Teresa, ella como Lucía de san José y él como Gregorio Nacianceno. Una vez tomado el hábito partió hacia Sevilla junto a la Madre Teresa y al visitador de los Descalzos que se encontraba en Beas. En Sevilla ingresó como novicio, cumpliendo las reglas del Carmelo en toda su pureza, dando gran ejemplo de su valía con humildad, andando del todo descalzo y durmiendo poco y en el suelo, fervorizando a los demás novicios. Profesó como Maestro de Novicios el día 7 de Marzo de 1576, y poco después le hicieron Vicario del Convento, ya que los Priores por las inquietudes de aquellos turbulentos años para los descalzos tuvieron que hacer largas ausencias.

La proliferación de la Reforma del Carmelo, emprendida por Santa Teresa y seguida después por San Juan de la Cruz, hizo que los primitivos y originarios Calzados, en el año 1576, emprendiesen una persecución contra los Carmelitas Descalzos. En su propia defensa celebraron Capítulo en Almodóvar del Campo en Octubre de 1577 para prevenirse de tal persecución. Entre los destacados asistentes estaba el Padre Fray Gregorio Nacianceno y a la que también llego a tiempo el fundador de la Orden, San Juan de la Cruz, recién escapado del cautiverio toledano en el que los Calzados carmelitanos le habían tenido sometido. Una vez acabado el Capítulo de Almodóvar, el nuevo Provincial elegido, acompañado por todos los capitulares, excepto Fray Juan de la Cruz, se traslada para exponer al Nuncio lo realizado. Este Nuncio, a penas oye las primeras palabras, encolerizado declara nulo cuanto se había hecho en Almodóvar y pone a los Descalzos bajo la total jurisdicción de los Calzados, decretando la prisión de los principales sujetos que tiene a mano, obligando al Padre Fray Gregorio Nacianceno a partir inmediatamente para Sevilla.

A su regreso a Sevilla, fue puesto en prisión por los Carmelitas Calzados y tuvo que pasar por la amargura de ver que le consideraban como enemigo los que deberían tratarle como hermano. Gracias a sus grandes energías y al consuelo que Santa Teresa le prodigaba con sus numerosas cartas, soportó el sufrimiento. A la demostración de humildad y prudencia que ofrecía en todo momento, los Calzados de aquel Convento, se convirtieron más adelante en los más ardientes pregoneros de sus virtudes.

Después de la tormenta pasada de la persecución hostil, resuelta por intercesión del Rey Felipe II ante el Nuncio, para que se cumpliese el Breve emitido por el Papa Gregorio XII en 1580, a favor de la descalcez, en la primera Prelacía en que le hallamos ocupado fue en la Roda.

En el Capítulo celebrado en Almodóvar del Campo, en el año 1583, fue nombrado Prior de Valladolid. Dice Francisco de santa María en la Reforma del Carmelo que, «…Aquí fue tan maravilloso el exemplo, y el concierto de la Casa, que a imitación suya setenta y cinco religiosos (así multiplicaba Dios la Familia) no eran mas que uno; en que se verificó la sentencia del Filósofo: «Que el Príncipe más eficaz es el que gloriosamente reina con la buena opinión, que con las leyes y armas». (…) Para huir de la ociosidad, como el Convento estaba en obras, trabajaba algunos ratos haciendo bovedillas, dando ejemplo a los novicios…»

En asamblea capitular celebrada en Lisboa, en primavera de 1585, acuerdan dividir la Reforma en cuatro distritos o semiprovincias, y al frente de cada una se ponga un Definidor, que sea Vicario Provincial, recayendo la primera, Castilla la Vieja y Navarra, en el Padre Gregorio Nacianceno, como Definidor de la Orden. Una vez elegidos los cuatro Vicarios, en esta reunión, se toman importantes acuerdos y uno de ellos es el de imprimir los libros de la Madre Teresa, por ser un dechado de perfección del castellano, en toda su pureza. Como Definidor y Vicario Provincial de Castilla la Vieja y Navarra, en el año 1586 funda el convento de Segovia, con una comunidad de siete religiosos.

Después de cumplir su mandato de tres años como Vicario Provincial de Castilla la Vieja y Navarra, en el Concilio celebrado en Madrid en 1588 fue designado Provincial por tres años para gobernar la Provincia de Andalucía. Ejerció con gran acierto este nuevo cargo, y acabado éste en 1591, volvió nuevamente como Prior a la Casa de Valladolid, y en 1594 es nombrado Provincial de Castilla la Vieja y Navarra, en la que había dado gran ejemplo. Pasando de este provincialato al priorato de Madrid, ya que esta Casa exigía ser gobernada por persona de gran tino y saber, por lo que fue designado el Padre Fray Gregorio Nacianceno, cuya entereza de carácter y claro talento no se dejaban imponer, y logró dominar las impertinencias de algunos potentados.

En el año 1596, se había de celebrar Capítulo para elegir nuevo Vicario General, y sólo había dos para ello que habían sido Provinciales y que corrían pareja en prudencia, antigüedad y santidad, y uno de éllos era el Padre Fray Gregorio. Pero murió días antes de la celebración del Capítulo.

El máximo celo que puso en la observancia de las Reglas de la Orden, y el sacrificio de andar siempre descalzo, en todo tiempo, con calores, fríos y nieves, que se le vinieron a hinchar las piernas y sufrir terribles dolores de gota, en continua penitencia de sufrimientos, y abandono de su salud, sin darle importancia a los cálculos renales que le martirizaban le tuvieron varias veces en peligro; pero sin rendirse; hasta que cayó en cama sin poderse mover.

Ya enfermo en la cama, con toda lucidez en sus facultades mentales, y sabedor de que le llegaba la hora final, hacía balance de sus obras, con grandes temores sobre la purificación de su alma. Reflexionaba y dudaba si lo que le pareció caridad había sido omisión; si su entereza era malicia; si su providencia había sido arte; si su virtud fue solo apariencia; y si su observancia fue hipocresía. Así es que, lo mismo que le había de alentar lo llenaba de temores. Estaba rodeado de numerosos hermanos de religión (entre éllos, los autores de las fuentes base de este relato), viéndolo que se debatía entre gran confusión y congoja en su agonía, se retiraron al Oratorio y después de largo rato, fueron a la celda, y lo hallaron concluyendo su reflexión con gran consuelo y quietud. Entonces miró a todos, plenamente consolado, como quien ya goza de la sentencia Suprema a su favor. A los 48 años de edad, dejó de existir en Madrid el 17 de Diciembre de 1596.

Sus Obras: Nunca o raras veces faltaba a los Oficios Divinos, y especialmente en la oración mental. Siendo Prelado, dejó tales ejemplos de esta rectitud que muestra de éllo se halló en una carta exortatoria del Vicario General de la Orden, que estando con el Nuncio, oyó la campana que llamaba a la oración, y que levantándose le dijo con religiosa cortesía: «Señor, vuestra señoría Ilustrísima me dé licencia, porque esta campana me llama a asistir a Dios y a mi Comunidad».

Aunque en todas las virtudes llevó ventaja, en las de la prudencia fueron tan conocidas que no sólo los religiosos sino los seglares también le dieron sobre el apellido de Santo el de «Prudente». Porque su modo de hablar, la compostura, el acierto de sus razones, la equidad en la resolución de las dificultades, descubrían en él un gran seso y maduro juicio. Todo esto le ayudó mucho para que su gobierno fuese en todo cabal y tan prudente siempre como acertado. El cargo superior de los conventos lo dominaba plenamente. Desde su celda se hallaba en todas partes. Nada se le hacía oculto.

No corregía las faltas con severidad ni de improviso. Contentábase con que los súbditos defectuosos entendiesen que él sabía que lo eran y, éstos, solían decir que, sólo por respeto al Padre Fray Gregorio se había de vivir en rectitud. Amaba mucho a los observantes y celosos en su trabajo.

Dejó escuela por donde pasó y sus súbditos aprendieron tan bien esta doctrina, que muchos se gobernaron por sus ejemplos. Los buenos efectos dieron testimonio de su acierto.

Su entrega a los demás era total, cualquier accidente o enfermedad en los religiosos a su cargo era él quien los curaba, era el enfermero por excelencia, aunque él cayera enfermo, si ya lo estaban otros, su preocupación eran los demás, sin acordarse de la suya; gozaba cuando un enfermo se levantaba porque ya estaba curado.

Se compadecía notablemente de los pobres que llegaban a las puertas del convento. A los desnudos procuraba vestir, repartiendo con ellos de lo que había en la ropería; a los demás socorría con limosnas. Un día llegó un capitán con necesidades muy estrechas, que pretendía instalarse en Madrid, y al verlo tan necesitado, en secreto le dijo al portero, que le diera parte de su comida, y así estuvo durante tres meses hasta que al dicho capitán se le resolvió el problema. Tenía dispuesto que a cuantos pobres llegasen les diesen limosna. Y apretando más este mandato, un año de necesidades, que acudían numerosos pobres al Convento, vino el Señor a premiar su caridad y confianza, y jamás faltó que dar lo necesario para socorrerlos. Muchas veces sucedió de ir a la despensa y hallar en ella justamente aquello que habíamos de menester (dice el dispensero), todo lo cual juzgó por maravilla.

De esta providencia, Francisco de Santa María cita varios ejemplos, he aquí algunos de ellos.

Sustentábalos de pan un donante que de ordinario llevaba lo necesario, fuesen muchos o pocos los frailes. Un día no había llegado a tiempo de la comida, y dijo el refitolero al Padre Fray Gregorio que, no había más que dos panes para los enfermos, y respondió que se les diese a ellos, y que entrasen los demás en el refectorio. Sentándose les dijo lo que pasaba y les exhortó a dar gracias al Señor porque les dejaba padecer, y diciendo esto llamaron a la portería, acudió el portero y halló un mancebo con un costal lleno de pan, lo recibió y lo llevó al refectorio para que todos viesen la providencia del Señor.

Siendo Prior de Valladolid, sucedió que no hallando el dispensero vino en la tinaja, se lo dijo al Prior, y éste le mandó que fuese a requerirla otra vez, volvió diciendo lo mismo, y entonces le dijo: «A los de tan poca fe, como su caridad, todo les faltará; vuelva a sacar vino». El obediente hermano volvió otra vez y en ese momento llegó el proveedor con el vino necesario que tenía convenido para la comunidad que era grande y para la cantidad de peones de albañil que trabajaban en la obra de la Iglesia.

En otra ocasión, no había huevos para los achacosos, estando ya en el refectorio para comer, el cocinero le avisó de esta falta, entonces le mandó al corral de las gallinas a buscarlos, y volvió sólo con uno, lo mandó por segunda vez, y que fuese con más fe al mismo sitio, encontrando entonces que las gallinas habían puesto los necesarios.

Estos hechos -dice Francisco de Santa María- causaban gran admiración entre los religiosos, porque sucedía con bastante frecuencia, aunque ya los daban por ordinarios.

Así fue el Padre Gregorio Nacianceno que, desde su ingreso en Sevilla como novicio, se entregó por entero a cumplir las reglas del Carmelo en toda su pureza de austeridad, pobreza, sencillez, naturalidad, y verdad. En las numerosas adversidades que tuvo nunca se desmayaba, sacaba fuerza de flaqueza. Buscó siempre las faltas de su conducta y sus defectos que de ordinario las publicaba con tanto sentimiento, que causaba admiración entre los que le oían. En todo, él se trataba con aspereza; era continuo en la oración y singular en la penitencia. Se puede decir que llevaba como estandarte la oración, el sacrificio, la humildad y la pobreza, y era firme en la esperanza de la Divina Providencia. Según los testimonios, hizo notables pruebas de éllo. Decía que, «Dios tiene dada su palabra de no faltar el sustento a los que primero buscan su Reino».

Ciudad Real, Febrero de 1.997

FABIÁN MARTÍNEZ REDONDO

En la contestación número 52 del interrogatorio estadístico Histórico-Geográfico de los pueblos de España, realizado en 1575, por iniciativa de Felipe II, se dice que en Villarrubia de los Ojos se guardaba, entre otras, la fiesta de San Gregorio Nacianceno (9 de Mayo), porque así lo tenía votado el pueblo. Sabiendo esto, y en mi opinión, acerca del nombre y apellido religioso de nuestro Ilustre personaje, que nació y vivió en la segunda mitad del siglo XVI, cabe preguntarse: ¿La familia Martínez-López, cristianos viejos (como así dice el cronista de la Reforma del Carmelo), sería gran devota de San Gregorio Nacianceno?. Y, concretamente su madre: ¿Que estando embarazada de él, soñaba que paría un hijo llamado Gregorio y que sería acepto al Señor?. Y, una vez cumplidos esos sueño: ¿Él tomó el apellido religioso de Nacianceno por esta devoción?.

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